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HURACAN MITCH


 
El Huracán Mitch
(Octubre de 1998)
 
 
A finales del mes de octubre de 1998 cambia inesperadamente el rumbo de la vida para centenares de familias que habitaban el antiguo término municipal bajo la administración del ex presidente Carlos Roberto Flores, y el régimen edilicio de Adalberto Espinal. En cuestión de unos días desapareció el ambiente apacible al que estaban acostumbrados, una herencia de 164 años de historia legada por sus antepasados, cargados de bellas costumbres como: levantarse con el último manchón de las madrugadas para amanecer en sus labranzas, abordar el autobús de las 4 de la mañana hacia la capital o rumbo a la cabecera departamental, desplazarse durante los fines de semana por las calles hacia el barrio Las Delicias y disfrutar de algún encuentro deportivo.
 
Todo esto solamente es parte de una historia que pesa en el angustioso pensamiento de sus pobladores, tal es el impacto de estos recuerdos que muchos habitantes han parecido traicionados bien por un paro cardiaco o un derrame cerebral, en su mayoría son incapaces hasta hoy de asimilar con resignación la magnitud de la pérdida que les dejó el huracán Mitch.
 
 Crónica del terror
 
Los últimos días del mes de noviembre del año de 1998 fueron una eterna agonía, el fenómeno natural recordado tristemente por su desordenada y errática evolución en el Océano Atlántico nació como un sistema de baja presión el 25 de octubre en aguas marinas del norte de Panamá, luego se convirtió en depresión tropical y finalmente, al encontrarse en los 14 grados latitud norte, frente a Puerto Lempira toma fuerza convirtiéndose en huracán con categoría 1 en la escala de Saphir Simpson (escala de medición del Centro de Huracanes de Miami), en ese sector del atlántico hondureño se posicionó desafiando con su ojo todo tipo de pronósticos, nadie acertaba si continuaría su curso normal hacia costas mexicanas o de Estados Unidos.
 
Luego de ese comportamiento irregular que mantuvo en zozobra a la población tomó un giro estrepitoso hacia suelo catracho y comenzó por castigar al departamento insular del país (Islas de la Bahía) con severos daños a viviendas, vías y sistemas de comunicación; ya en categoría 5 azotó la zona norte y el resto del territorio nacional con lluvias que permanecían entre fuertes aguaceros y una pertinaz brisa que atestaba de agua cualquier tipo de terreno, dejando a su paso angustia, desolación y muerte.
 
Durante esos días de devastación, los nacidos en Morolica que residían en diferentes partes de la república, telefoneaban a sus paisanos, así se logró alertar a los pobladores del centro histórico, aunque la mayoría aún con el escándalo que se escuchaba por los medios de comunicación, principalmente la radio, se mostraban incrédulos ante la amenaza que representaba para ellos el Río Grande o Choluteca.
 
Era el 30 de octubre y las ciudades gemelas de Tegucigalpa y Comayagüela se debatían en un caos total y una histeria generalizada ante los estragos; los ríos y quebradas comenzaron a desbordarse, el caudal de Germania al sur de la ciudad arrasaba de raíz árboles, viviendas y todo tipo de vehículos que encontró a su paso, se interrumpió el servicio telefónico y eléctrico, lo mismo sucedió con la Penitenciaría Central en el barrio La Hoya, donde se formó el motín que provocó una nutrida balacera por parte de los policías penitenciarios quienes controlaban a los miles de reos que purgaban pena por diferentes delitos en las hacinadas celdas del viejo centro penal construido durante la dictadura de Tiburcio Carías Andino.
 
Algunos reos perecieron en esa ocasión al lanzarse a las endemoniadas corrientes del río Chiquito en su afán de salvarse de la devastación que automáticamente terminó con la prisión y obligo a las autoridades a clausurarla y trasladar a los prisioneros al penal de Tamara, Choluteca y otras cárceles del país.
 
Seguidamente, los mercados ubicados en las avenidas de Coma yagüela pagarían el error de su mala infraestructura.
 
Todo se complicó ese día, después de los daños en la capital, las aguas del Río Grande y el Río Chiquito siguieron su caravana de la muerte aguas abajo, todo lugar por donde pasaban las corrientes de estos 2 vertientes experimentó su furia, las esperanzas se convertían en amargura ante el incierto futuro que se avizoraba después de ver arrebatados todos sus bienes.
 
Durante ese tiempo este servidor laboraba en un programa de televisión, acompañado por Beto, mi hermano, quien laboraba como camarógrafo en el programa Contacto Directo de Vica TV, juntos pudimos experimentar los momentos más aterradores de nuestra existencia porque, mientras transmitíamos las imágenes de la desgracia que pasaban los capitalinos, nos imaginábamos la magnitud del desastre que esas mismas aguas perpetrarían a nuestros coterráneos en una ubicación geográfica muy propensa a las inundaciones y que no ha mucho un ex alcalde del pueblo había pronosticado lo sucedido.
 
Nuestro trabajo era de alto riesgo y trauma al extremo, Corina y Samuel (nuestros padres) se encontraban solos en casa, pues nuestra hermana Lilia, también se formaba en el magisterio en la capital, esa situación sembró en nosotros un estado de angustia y desesperación al saber que en cualquier momento sucedería lo peor, pero se impuso la protección de Dios y nuestros viejitos lograron salir a tiempo de la antigua vivienda que nos cobijó desde la niñez.
 
Esa fue una experiencia que al igual que otros morolicas contaremos a las nuevas generaciones con la esperanza de que tomen con seriedad las previsiones a futuro. 
 
La sucesión de hechos indica que, mientras en la capital quedaban muchos cadáveres bajo los escombros, entre los que contaban los de algunos reos y el del fotógrafo de un diario capitalino, Víctor Sauceda, avanzaba a pasos agigantados la “maldición” o “bendición” que sepultaría durante la noche y madrugada de ese último de octubre el esfuerzo de más de Siglo y medio de todo un pueblo; cadáveres de animales y personas, camiones y vehículos livianos, árboles enormes arrancados de raíz, colchones y neumáticos flotaban en las alborotadas aguas que corrían cubriendo espacios que al menos durante la existencia del pueblo permanecieron intactos, esto, sin describir también lo que arrastraba en las profundidades produciendo un constante estruendo de enormes rocas que golpeaban con fuerza los paredones del barranco blanco ubicado en las inmediaciones de Quebrada Onda.
 
Cuenta Samuel (mi padre) que durante los días que precedieron al desastre que borró del mapa al centro de Morolica, se escuchó un intenso ruido en el espacio, un horrendo bullicio que se repetía a diario, luego de eso vino a él un mal presentimiento que le oprimía el corazón, y sí que era una mala sensación porque, al iniciar su trayectoria el huracán Mitch, las nubes que de una vez eran negras, con colas grisáceas, pasaban por el cielo del pueblo enloquecidas como el humo denso de un voraz incendio, revueltas por las ráfagas de viento, unas se enredaban con otras y así discurrió todo hasta llegar a lo inimaginable.
 
Tres días antes del huracán, en el Potrero de El Amparo, un toro comenzó a mugir intensamente día y noche sin razón aparente, parecía que en su interior presagiaba lo que en cuestión de unos siete días sucedería, el animal parecía que lloraba día y noche, como expresión de tristeza por lo que se avecinaba---- le pegó la taranta a ese animal viejo decían los delicenos, su fin fue trágico porque sus dueños los pasaron al otro lado del río junto a otras 5 vacas. El toro fue arrastrado por las fuertes corrientes que inundaron la pequeña hacienda del Rincón.
 
A mi me afligía ese toro, comenta Samuel.
 
Posterior a estos acontecimientos comenzó como un suave rocío, una cariñosa brisa que según algunos labriegos del pueblo, lejos de recibirla con ansias para refrescar sus labranzas, les producía angustia y una actitud que les motivo a tomar inoficiosamente sus precauciones.
 
El persistente temporal que inició el 26 de octubre con las variaciones que ya conocimos, obligó a los pobladores a reparar el tejado de sus viviendas, y en caso de emergencia a ubicar con anticipación un lugar alto en los cerros cercanos por si acaso, esto era lo más probable dadas las condiciones climáticas del momento, porque luego se enfrentarían a lo peor, el desborde del río que desde siempre fue apacible y acogedor.
  
Al llegar al cuarto día de tempestad, el 29 de octubre, comenzó la preocupación entre los vecinos, contingentes de pobladores del antiguo casco urbano se organizaban para monitorear el comportamiento de los ríos que rodeaban la cabecera municipal, la situación en esos momentos ya era delicada; los afluentes comenzaban a salirse de sus cauces, cuando esto sucedía la gente corría de un lado a otro ordenando en maletas algunas pertenencias y trasladándolas a las casas de sus vecinos que se encontraban alejados del borde de las corrientes de agua, pero esas previsiones eran muy inciertas.
 
Se espantaron los animales; los burros rebuznaban amarrados al poste, encerrados en los solares, en los zaguanes y otros en las playas y eso fue lo último que se les escuchó; en medio de esa confusión, las gallinas también cacareaban, en fin, se vivieron momentos de confusión, apocalípticos dicen los damnificados, dada la magnitud del suceso.
 
Muchos potentados de esta tierra ni siquiera se acordaron de sacar los tesoros que amasaron por muchos años, otros dejaron algunas pertenencias cubiertas con sábanas sobre las camas, hubo alguien que guardó un poco de dinero en un saco de nylon con la esperanza de encontrarlo al pasar el temporal y, esas son algunas de las experiencias vividas por los damnificados previo a la destrucción.
 
Ese día aun funcionaban las líneas telefónicas, el alcalde se comunicó con autoridades de la Comisión Permanente de Contingencias (COPECO) para dar cuenta de la situación que se vivía en esos momentos, ahí le aconsejaron que de inmediato desalojaran el lugar y, fue a raíz de esa advertencia que organizaron el Comité de Emergencia Municipal (CODEM), en el que incluían turnos con el propósito de vigilar en forma permanente el comportamiento de los ríos, igualmente sugerían a la población mantenerse alerta ante cualquier eventualidad.
 
A las 5 de la tarde, la situación era amenazante, fue por ello que un buen número de personas entre ellos Adolfo Espinal hijo, abordaron un pick-up y auxiliados por un megáfono recorrían las anegadas calles ordenando a los incrédulos moradores abandonar de inmediato sus hogares, a partir de ese momento comenzó el éxodo hacia los puntos más elevados del lugar, un espectáculo jamás visto por las recientes generaciones; ese era el comienzo de la mayor pesadilla en sus vidas.
 
Una vez que las enfurecidas aguas erosionaron totalmente la vegetación ubicada río arriba, en sectores como el Níspero, Arado Grande, Dolefuego, Pasaquina y Quebrada Onda, el agua hizo su ingreso el día 30 de octubre por la mañana tras saltar el bordillo ubicado a pocos pasos del histórico Vado que servía de cruce para los aldeanos de las comunidades ubicadas al otro extremo del Río Grande o Choluteca.
 
Las primeras viviendas que se expusieron a las furiosas aguas fueron: en primer lugar la de Raúl Cálix quien hasta ese tiempo fue un fabricante de teja y ladrillo rafón, luego le siguió la casa de Margarito Valladares, un virtuoso agricultor; la bravura del río continua con las construcciones de Mina Valladares, Jesús López, Pancho Solórzano, Pablo Carrasco, Tato Carrasco, Rufina Zelaya, Modesto Mendoza, Mario Espinal, Vita Cálix, Adrián Ramírez y la de Jesús Ramírez que se desplomó ese día a las 6 de la tarde tras el salto del agua sobre el malecón construido entre 1992 y 1993 en la desembocadura de la quebrada el Chingaste después de los daños que ocasionó el Huracán Gilberto.
                 
La última vivienda que cedería tras un largo duelo con árboles gigantes y enormes rocas que se deslizaban bajo las achocolatadas aguas fue la de mis padres, una antigua casa que nos albergó durante 19 años, en ella crecimos mis hermanos y yo, guardaba el secreto de nuestros gratos y peleoneros momentos de infancia.
 
Hasta esos momentos, muchos vecinos se habían trasladado a diferentes lugares, los mas seguros eran: El Tejar, ubicado a 4 ó 5 Km. del Centro, la parte alta del barrio Las Delicias, al Palo Bonito, en ese sector Quique Sánchez logró salvar uno o dos de sus buses que tienen ruta diaria a Choluteca, otros se dirigieron hacia El Amparo, Quebrada Onda y otros caseríos cercanos.
 
El salto de la creciente sobre las delicias se registró a las 6 de la tarde del día 30, a eso de las 7 de la noche inició su infernal destrucción en todo el barrio y el centro histórico.
  
La cabecera del municipio se localizaba a 1 Km. aguas abajo; mientras la inundación hacía presa de los deliceños, muchos en el centro con el agua al cuello buscaban los objetos de valor que guardaban en algún rincón de su casa, otros como Pedro Moncada y Alonso Ponce, este último ex alcalde de Morolica, decidieron aferrarse en el interior de sus residencias, pero su actitud fue reprochada por los demás pobladores y las autoridades, quienes tras los disparos de alerta acordados con anticipación ya habían salido despavoridos hacia lugares alejados del peligro, fue así que los lideres comunales a plena noche y en medio de la confusión junto con algunos agentes de la policía, formaron una comisión que obligó a los 2 ancianos a abandonar sus hogares, pero encontraron resistencia, don Alonso Ponce se había ubicado en la terraza de su amurallada residencia (una construcción de pura piedra de cantera, la mejor del pueblo) con el fin de librarse, según él, del diluvio, y quizá lo hubiese logrado porque esa fue la única que quedó parcialmente a pie junto a la iglesia que aún se sostiene en su parte frontal, pero era tanta la amenaza de las fuertes corrientes de agua que decidieron sacar a ambos por la fuerza y en brazos, claro, Pedro Moncada sería difunto con seguridad, de su casa no quedo ni una piedra.
 
Al estar a salvo la totalidad de los morolicas, que residían en la zona de conflicto comenzó la vigilia en medio de la incesante llovizna, sin duda que esta gente nunca borrará de su mente esos días de terror que solamente una película de excesiva ficción podría ejemplificar.
 
Esa última noche de devastación que concluyó en la madrugada del 31 de octubre, cuando todo estaba reducido a piedra, lodo y enormes diques producto del remolino que produjeron ambos ríos, será recordada siempre por quienes vivieron paso a paso su ensañamiento apocalíptico.
 
Durante esas culminantes horas de terror se registraron varios incidentes, todos los damnificados tenían sus nervios totalmente alterados, reinó la histeria colectiva, se llegó a un momento casi de locura, algunos de ellos comenzaron a delirar y corrían sin control por los montes, sentían que el agua pisaba sus talones, este es el caso de Veda, hija de doña Emilia Sánchez (Q.E.P.D.) quien en una irracional huida estuvo a punto de caer en el fondo de un abismo, si no es por alguien del grupo que ruega a Mario Espinal (el torero chupalenguas) para que le diese alcance, hoy posiblemente sería un número más en pérdidas humanas.
 
En otro extremo corrían desesperados, lanzando angustiosos gritos, con exclamaciones que denotaban terror, una multitud de deliceños y pueblanos hacia terreno seguro, quizá iban hacia Quebrada Onda, donde posiblemente pretendían refugiarse en las solitarias haciendas de Miguel Grádiz o de Adolfo Espinal, pero antes de lograrlo comenzaron los problemas en el trayecto que conduce al lugar, al entrar a los potreros de Quebrada Onda todos deliraban, presagiaban lo peor debido al tortuoso estado del camino, el terreno era resbaloso y los caminantes se hundían hasta las rodillas en el pegajoso lodo.
 
En ese grupo iban mis padres, Samuel y Corina, en esos momentos prácticamente juraron jamás separarse y permanecer unidos para siempre, cuando Corina se pegaba en el barro, Samuel la halaba del brazo y viceversa, al fin lograron concluir esa penitencia y todos llegaron a salvo. A todo eso ya se acercaba el alba del primero de noviembre.
 
Pero con este evento no terminaba el horror porque en lo alto del barrio Las Delicias se escuchaban las impotentes exclamaciones de sus habitantes que no podían hacer absolutamente nada para responder al llamado de auxilio que provenía del otro lado del Río Grande, era una familia entera que al verse sorprendidos por el incremento del caudal, que cubría sus pies y sus pertenencias flotaban, decidieron infructuosamente ascender a la copa de unos viejos árboles de tamarindo, padres e hijos ya en lo alto creyeron estar a salvo, pero el terreno arenoso de la planada del Rincón fue erosionada en cuestión de minutos, luego los árboles entre los que contaban unos centenarios mangos comenzaron a ceder y de pronto sus huéspedes se encontraron confundidos entre las ramas y las malolientes aguas que terminaron con la vida de 12 personas: 6 niños en edades de entre 1 y 8 años, un adolescente y 5 adultos. En conclusión pereció casi toda la familia que en ese tiempo cuidaba la pequeña hacienda propiedad de Miguel Moncada (Q.E.P.D.).
 
En esa misma estadística cuenta también la muerte del “soviético”, un alias que le atribuyeron sus vecinos al esposo de una hija de José Cálix, el canoero del pueblo.
La familia era integrada por Marcial López, su esposa y 7 hijos y Sandra Isabel, la única niña que sobrevivió gracias a encontrarse laborando en el pueblo en casa de los patrones de sus padres, en ese tiempo ella tenía 13 años de edad.
 
 
 
 
Cuentan los deliceños que ellos únicamente eran espectadores en esos terribles momentos, porque lanzarse al río era como pedir a gritos la muerte a esas horas de la noche, con la inmensidad y bravura de las aguas era simplemente un suicidio, el corazón se les estremecía al escuchar los aterrorizados gritos de socorro y ver a lo largo, como cuando una fiera devora a su presa, la alborotada luz de alguna linterna en medio de la corriente- era Marcial y sus seres queridos que hacían lo imposible por salvar sus vidas-, pero la muerte se apoderó de toda posibilidad; Rufino o el Soviético también dejó huérfanos a sus hijos.
 
Esa tragedia recorrió con rapidez el mundo entero a través de las diferentes cadenas de televisión y agencias de prensa escrita, este es talvez uno de los mayores eventos que acongojan aún en estos días a muchos morolicas que no pudieron hacer nada por rescatarlos.
 
El primero de noviembre del 98, comienza una encrucijada jamás advertida por los antepasados de este municipio porque, muchos ancestros se fueron sin expresar ni una sola premonición que les permitiera prevenir con anticipación.
 
Una vez esparcidos los primeros destellos de noviembre sobre todo el horizonte de Morolica, la única reacción de los desventurados sobrevivientes fue lamentarse por el panorama desolador que se grabó en sus mentes para siempre, imágenes que permanecen hasta hoy como una experiencia que las nuevas generaciones irán conociendo mediante los relatos que conozcan sobre esas dramáticas vivencias.
 
Esa primera mañana de noviembre, los damnificados contemplaron con desaliento desde sus refugios un lugar imposible de reconstruir y habitar, en una noche había desaparecido el acostumbrado bullicio mañanero de las aves y otros animales; desde ahí, el que fue su hogar era ahora únicamente un recuerdo convertido en lodo espeso, rocas por doquier y arena amontonada, además de los restos de algunas construcciones que por su estructura resistieron la embestida del agua, entre la que se enumeran las paredes del colegio, la parte frontal de la legendaria iglesia católica, el edificio recién construido de Hondutel, la casa de 2 plantas de Alonso Ponce y otras, eran momentos terribles y aún caía una suave brisa.
 
 
 
Todo se complicó cuando la colectividad desamparada se percató que después de perder sus hogares se enfrentarían a una severa carencia de alimentos, las fuentes de agua fluían, pero sus aguas paradójicamente corrían como el color del chocolate, difícil de consumir - el que lo hacía se exponía a una epidemia- , sus cuerpos temblaban de frío ya que sus únicas vestimentas estaban húmedas y lo difícil era encontrar un lugar para recobrar un poco de calor corporal.
 
Así, las horas transcurrieron y al pasar el peligro de las crecidas de los ríos, muchos varones bajaron con cautela al centro del desastre, se introdujeron con cierto riesgo en el movedizo terreno sin lograr precisar de quien era tal o cual rasgo de vivienda, pues lo único que les interesaba era rescatar objetos retenidos en los remanses que pudiesen servirles en algo, pero los resultados fueron de muy poco provecho.
 
Entre los hallazgos figuran unos escritos e imágenes consideradas como diabólicas, que nadie se atrevió a conservar, de ello se fortaleció la creencia de que en el antiguo pueblo se realizaban algunas prácticas satánicas o de brujería.
 
 El antiguo cementerio de la otrora cabecera municipal fue sepultado
bajo toneladas de piedra y arena. De aquí salieron flotando varios
sarcófagos y muchas osamentas se esparcieron en el agua en octubre
de 1998.
 
Los muertos a flote
 
¡Qué momentos esos!, el huracán se ensañó hasta con las ánimas. En la entrada del pueblo, al final de la carretera que conduce a Tegucigalpa, los primeros que daban la bienvenida a propios y extraños eran los santos difuntos, un blanquísimo mausoleo donde yacen los restos de Mateo Espinal y sus familiares se imponía desde que el viajero entraba al Palo Bonito, era el viejo cementerio donde eran enterradas todas las personas que poblaban esa jurisdicción.
 
Con la inundación, el panteón fue erosionado y con el revoloteo de las aguas varias tumbas se desmoronaban, otras quedaron sepultadas bajo enormes bancos de arena, y las osamentas comenzaron a flotar, en algunos casos los restos humanos junto a sus sepulcros desaparecieron sin dejar huella, muchos restos fueron identificados posteriormente por sus familiares y en su defecto enterrados de nuevo, allí mismo.
 
Este tétrico acontecimiento era inconcebible para los vecinos, pues jamás imaginaron vivir una situación igual, ni en sueños. A sus 100 años de edad don Santos Rodríguez, quien desde hace mucho tiempo reside en el ahora barrio El Tejar, su pariente y ex alcalde, Pedro Rodríguez Moncada (Q.E.P.D.), en 1960 advirtió que el centro del pueblo en cualquier momento se perdería, revelación que pasó inadvertida.
 
El ex alcalde, en ese tiempo propuso cambiar de ubicación la cabecera municipal; unos sugirieron el sector conocido como el Chagüite Grande, un lugar cercano a donde se encuentra la actual fuente de agua potable de los ex habitantes del viejo Morolica que ahora se alojan en los potreros de Santa Cruz. El alcalde en ese momento vendía unos terrenos donde ahora se ubica la Nueva Morolica para tal fin, pero pese a que se realizó una votación la idea profética fue desestimada, hasta que la premonición se cumplió porque jamás se tomó en serio la advertencia.
 
Dice don Santos Rodríguez en su relato que, Pedro Rodríguez, sospechaba que el río en cualquier época se desbordaría sobre el poblado, porque observaba piedras de playa y arena al pie del cerro localizado junto al vecindario (Junto al cerro Las Lechuzas)
  
Después de la tormenta…
 
 Llegó la etapa más crítica, era enterar del cuadro humillante a las autoridades y entes de socorro en todas partes, la situación caótica en que se encontraba toda una población que fue despojada de sus hogares, el reto era lograr la caridad de los pobladores vecinos y todo el que estuviera en ese momento en condición de auxiliarlos. El esfuerzo fue enorme, descomunal, dada la magnitud de la desgracia provocada por la naturaleza.
 
El caso es que, mientras jóvenes, ancianos y niños recorrían los inmensos lodazales en el lugar devastado, los demás, ignorando aún lo que sucedía en todo el país buscaban la manera de enviar una señal de auxilio. Hasta ese momento, los servicios de socorro, tanto terrestres como aéreos se centraban en las principales ciudades, las emisoras con sus fanfarrias de “ultima hora” informaban sobre los desastres en el norte, sur, oriente y occidente, sin imaginarse lo que simultáneamente ocurría en este remoto municipio del sur del país.
 
Fue en medio de la confusión, entre suplicas y estados de animo alterados que, sin tener otra alternativa y ante el total abandono, el alcalde Adalberto Espinal, al ver el cuadro que vivían los damnificados emprendió el aventurado viaje hacia la capital de la república en compañía de su padre Vicente Espinal, un agente de la policía y un poblador de El Tejar para dar testimonio de lo sucedido. La travesía de estos hombres, iniciada a las 7 de la mañana del 31 de octubre fue de mucho riesgo dada la fragilidad del terreno, las quebradas aún registraban un fuerte caudal, atravesaron inhóspitos lugares.
 
La comitiva partió desde la parte alta del barrio Las Delicias e hizo escala en el vecino municipio de San Lucas departamento de El Paraíso, luego reanudó el viaje el domingo 1 de noviembre en horas de la mañana, haciendo su ingreso a la capital ese mismo día en horas de la tarde.
 
La primer misión del edil al arribar a las también maltrechas ciudades de Tegucigalpa y Comayagüela fue aparecer durante algunos minutos en un canal de televisión, una aparición muy breve, posteriormente fue invitado a comparecer en el canal que posiblemente le presentó mayores opciones para esparcir el mensaje. Fue en VICA Televisión donde permaneció casi una hora, allí, pudo relatar con detenimiento el tétrico panorama que envolvía a sus paisanos, lástima que el día de la inauguración del pueblo sobraron los reconocimientos para muchos medios de comunicación, pero VICA.........UHMMmmm.....ni se le cruzó por la mente al alcalde, bueno…
 
 
Hasta VICA comenzaron a llegar muchos morolicas residentes en la capital con el propósito de consultar sobre el estado de sus familiares, otros se comunicaban mediante la línea telefónica y fue en esa oportunidad que disiparon toda su angustia al conocer que todos los habitantes del casco urbano se encontraban a salvo, excepto los que perecieron en el otro extremo del Río Choluteca.
 
Posterior a la participación de los emisarios en los medios televisivos y que puso a Morolica ante los ojos de millones de seres humanos en todo el mundo, el sequito de emisarios se dirigió a la Asociación de Municipios de Honduras (AMHON) para reportar lo sucedido.
 
Con todas estas acciones comenzaban a captar la atención de la comunidad internacional, pero continuaron en la capital durante 8 días canalizando ayuda humanitaria y así, lograron colectar ropa, alimentos, medicina y los medios para transportarla al lugar del desastre, en ese sentido, el primero de noviembre consiguieron prestado un helicóptero de la fuerza aérea en el que pudieron llevar las primeras ayudas.
 
Algo que ningún hijo de Morolica debe olvidar jamás, fue la acción inmediata y oportuna del gobierno mexicano a través de sus humanitarios miembros del ejercito, tan pronto como terminó el huracán, se pusieron a la orden; rápidamente comenzaron a transportar con sus helicópteros todo tipo de carga hasta el campo de fútbol del Barrio Las Delicias, otro contingente instaló sus carpas Verde Olivo en un punto del estadio, Pablo Alonso Ponce, y con las provisiones existentes alimentaban a toda una desposeída población, ricos y pobres integraban las inmensas filas para recibir un poco de comida o abrigos.
 
Pero, algunos de esos residentes que siempre se sintieron “distinguidos” en la sociedad del viejo centro poblacional, en ese momento eran igual a los demás, pero, mientras hacían fila, con mucha vergüenza inclinaban la cabeza y escondían su rostro bajo la ala del sombrero cuando algún visitante o un paisano de los que trabajamos en la ciudad los visitaba, sin duda eran momentos difíciles, humillantes, pero, en esas circunstancias lo menos que podían hacer los damnificados era demostrar humildad ante Dios por la prueba que les había enviado.
 
Hay que reconocer también que los enviados del gobierno y pueblo mexicano actuaron como si alguna energía divina les hiciera sentir parte de esta tierra, se preocupaban tanto por la miseria que acongojaba a los damnificados como con su propia familia o quizá más porque pusieron a disposición sus vidas al exponerse al peligro que se manifestaba en esos días, tanto por el riesgo de volar en sus helicópteros sobre lugares inhóspitos como por el inminente contagio de las enfermedades que se propagaron. Talvez se familiarizaron con la similitud que encontraron en tradiciones y en relativo parecido del paisaje de este bello rincón del país con su tierra azteca– o la voluntad de Dios los movió con tanta entrega - ¡Mil veces gracias!....
 
Tras permanecer alimentando a mis paisanos, los mexicanos instalaron una planta purificadora de agua en la playa del Río Grande, donde resaltaba una parte del malecón que sirvió de desagüe de la quebrada El Chingaste, esa útil máquina fue prestada por UNICEF mientras se solventaba la crisis, pues durante los días posteriores al meteoro se registró una severa crisis del vital líquido, el agua que corría en ríos, quebradas o pequeños vertederos era una amenaza. A raíz de esta crisis, la mayoría de desamparados sufrieron enfermedades en la piel como salpullido, jiotes, sarnas, afecciones respiratorias, y diarreas. Hasta ese lugar llegaron jóvenes voluntarios de la Cruz Roja, Cruz Verde, bomberos y otras organizaciones de socorro para involucrarse en las tareas de auxilio. Dentro de la misión de socorristas se reconoce la infatigable labor de Cruz “Crucito” Moncada (Q.E.P.D) quien a pesar de encontrarse laborando para otra institución, siempre que se trataba de una emergencia se convertía en un colaborador más.
 
Otro gesto que tampoco debe ser expulsado de la memoria de los damnificados fue el que demostraron los pobladores de las aldeas vecinas, que, aunque también se vieron asediados por los derrumbes, deslizamientos de tierra y otros daños, acudieron en el acto para socorrer con mucho amor fraterno a sus vecinos que a lo largo de la historia visitaron en sus amplias viviendas y negocios del viejo centro urbano.
 
Sin haberlo vivido en la realidad, solamente con el relato de uno que otro Morolica, puedo imaginar aquellas filas de aldeanos atravesar los desfiladeros resbalosos de la quebrada topografía del municipio, cargando sus costales rebosantes de provisiones; mujeres y niños, varones que sostenían voluminosos recipientes con alimentos, llegaban de diferentes caseríos humildes, ¡Qué desprendimiento! ¡Qué bello gesto!
 
Entre tanto, en Tegucigalpa se organizaron a partir del primero de noviembre grupos de paisanos para almacenar y preparar la ayuda que era enviada en camiones por el acceso de El Zamorano. En el primer viaje que se organizó el 3 de noviembre se incorporó una buena cantidad de inquietos paisanos, entre ellos mi hermano Beto, quien en ese tiempo laboró como camarógrafo en Contacto Directo, VICA TV., y estos decididos hombres eran los que llevaban la difícil misión de abrir brecha y hacer llegar el cargamento de provisiones a un fatigado y exhausto pueblo.
 
Como eran los primeros en explorar lo que el Mitch dejó a su paso se expusieron a un inminente peligro, la carretera lucía irreconocible, pues se encontraron con innumerables obstáculos, deslizamientos, derrumbes, enormes rocas que impedían el paso de los camiones y árboles caídos sobre la vía de acceso, pero la determinación de aquellos enérgicos y ávidos hijos de moros y licas se impuso sobre el intransitable trayecto.
 
En su odisea la expedición se encontró también con quebradas aún caudalosas y otras totalmente erosionadas y sin sus puentes, situación que los obligaba a detener la marcha, debían cortar enormes árboles de pino a fin de construir pasos provisionales, así facilitaban el paso de los vehículos.
 
Realmente que con estas señales, los hombres que abrían paso se dieron cuenta en esos momentos que lo que les esperaba más adelante y en el pueblo mismo era un caos total. De esa forma continuaron hasta llegar a las cercanías del lugar conocido como la reina, ahí la carretera se había convertido en un lodazal capaz de tragarse a quien se atreviera a cruzar sin enterarse de lo que realmente sucedió, pues en efecto, en determinado momento uno de los jóvenes que exploraban el sitio pisó terreno falso y comenzó a hundirse, para suerte suya logró salir en la cuchara de una maquina llenadora que los seguía como parte del convoy.
 
Luego que este grupo de expedicionarios concluyó su misión se normalizó el envío de apoyo humanitario, numerosos camiones y vehículos livianos comenzaron a recorrer sin mayor peligro por la carretera y a atravesar los provisionales puentes que a su paso dejó ese primer grupo de hombres, seres que yo considero “héroes”-- no sé usted.
 
Unos meses después de toda esa histeria, tragedia, desolación, angustia o como la quieran calificar, tras el decidido ofrecimiento de la Orden de Malta (una organización humanitaria alemana) y la Cooperación Española en nuestro país, comenzó el debate respecto al lugar más apropiado para construir la nueva cabecera municipal; algunos coincidían en que debía edificarse en unos cerros propiedad de Amado Espinal a la par de donde fue el antiguo y demolido pueblo, esta petición fue hecha también por vecinos del barrio Las Delicias que obviamente eran escépticos a quedar aislados, pero fue rechazada por sus condiciones topográficas, luego se propuso el sector de Sabana larga, jurisdicción de la Enea y también pasó como no apto, hasta que dispusieron comprar los planes de la Sabana y Santa Cruz luego de un estudio topográfico.
 
La cooperación alemana fue clave en la realización de los estudios del terreno, diseño de la maqueta y financiamiento para la compra de las propiedades, cuyos dueños jamás soñaron con hacer un jugoso negocio amparado en el sufrimiento de centenares de poblanos. De igual forma, el caserío de El Tejar, una comunidad abandonada, sin visos de progreso de continuar la historia su curso normal, ahora es el barrio más populoso del pueblo, solamente delimitado por la quebrada La Lima – es como decir, la sucesión de una historia muy parecida a la del barrio Las Delicias que era el refugio de muchos trasnochadores del centro, niños y jóvenes que atravesaban el angosto callejón, entre los planes de Santos Espinal y Salomón Martínez, la quebrada El Chingaste y de pronto estaban entre deliceños, ¡Verdad que se acuerdan! ---- Por un momento mi mente me transportó por el polvoso callejón del Barrio Las Delicias.                                                                                          
 

Municipio de Morolica, departamento de Choluteca
+504 99140166